El aventurero que compró una niña para que la devoraran los caníbales
A lo largo de la historia, han existido seres humanos capaces de llevar a
 cabo los actos más repugnantes con tal de satisfacer sus deseos. Una de
 estas personas fue el aventurero James S Jameson, cuya abominable 
historia descubrimos en el blog «República Insólita».
Todo ocurrió en 1888, cuando Jameson, heredero de conocida firma 
irlandesa de whisky, se encontraba en lo que hoy es la República 
Democrática del Congo al frente de la Rear Column, un destacamento 
militar que formaba parte de una expedición comandada por el explorador 
Henry Morton Stanley bajo las órdenes del Rey Leopoldo I de Bélgica.
Según narran las crónicas, Jameson se había desplazado a Ribakiba, un 
enclave a la orilla el río Luluaba, para aprovisionarse de porteadores 
junto a Assad Farran, un sirio con conocimientos de suahili que hacía de
 intérprete, y un mercader de esclavos llamado Tippu Tip.
Mientras realizaba sus negocios, tuvo la idea de comprar un ser humano y
 ofrecerlo a una tribu caníbal para saciar su curiosidad de verlo en 
acción. Para ello, adquirió una niña de diez años por diez pañuelos y 
envió a Farran a ofrecérsela a los caníbales con el mensaje de que se 
trataba de “un regalo del hombre blanco, que desea verla devorada”. La 
escena descrita por Farran es atroz. La niña, amarrada a un árbol, pedía
 ayuda y clemencia con los ojos, hasta que dos tajos le rajaron el 
vientre. Murió desangrada con los intestinos colgando. Tras ello, la 
despedazaron, cocinaron y comieron.
Mientras todo eso ocurre, Jameson se dedicaba a dibujar seis bocetos del
 sangriento espectáculo, que más tarde convertiría en otras tantas 
acuarelas. Aunque Jameson falleció poco después de este episodio, 
víctima de unas fiebres, la denuncia que había presentado el traductor 
desembocó en un juicio celebrado dos años más tarde y que tuvo reflejo 
en las páginas del “New York Times”. En él se enfrentaron la viuda de 
Jameson, dispuesta a limpiar el nombre de su esposo y el propio Stanley,
 que deseaba que se impartiera justicia para que su nombre no quedara 
asociado al de su infame compañero de expedición.
 
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