Los dragones que dormían bajo la cal
Las obras en una iglesia de Robledo descubren unas extrañas pinturas del siglo XV ocultas en la bóveda
Una sorpresa artística conmueve el panorama cultural madrileño: el
hallazgo, en el interior de la bóveda de la iglesia parroquial de
Robledo de Chavela, de una extrañísima e insólita serie de pinturas que
representan varias decenas de dragones de gran tamaño. Los frescos, con
abundante policromía en tonos rojos, negros, ocres, verdes y amarillos,
muestran varias decenas de bestias que exhiben peligrosas colas, agudos
espinazos, grandes fauces y, lo que resulta más inquietante, ojos
pintados intencionalmente por su aún desconocido autor para resaltar
miradas intensas. Los dragones se hallaban ocultos bajo una capa de cal
extendida, presumiblemente, en siglo XVIII para combatir una epidemia de
peste.
No hay explicación a la ubicación de las bestias en el celaje del
templo, totalmente desconocida en el arte sacro y en la decoración de
las iglesias madrileñas. Resulta especialmente enigmático, amén de raro,
contemplar la disposición de los dragones a horcajadas de las
nervaduras góticas de la bóveda, de manera que el cuerpo de la bestia se
divide a ambos lados del eje dovelado. Grandes racimos de uvas ocupan
las claves.
El hallazgo, presentado este jueves a los medios de información en la
localidad robledana por la Consejera de Empleo, Cultura y Turismo de la
Comunidad de Madrid, Ana Isabel Mariño, acaeció hace más de un año.
Sobrevino durante las obras de restauración de la iglesia robledana de
la Asunción de Nuestra Señora y no ha sido revelado hasta ahora.
El presupuesto inicial de la rehabilitación de la iglesia, que frisaba
300.000 euros, ha sido aumentado con 50.000 más para hacer aflorar todas
las figuras ocultas de los reptiles con garras de león y poder así
interpretar el misterioso significado de las pinturas allí descubiertas.
Así lo señala el restaurador Carlos Martín, que dirige la actuación.
El restaurador relata fascinado su hallazgo, por cuyo desciframiento se
siente especialmente concernido. “Primero pensamos que se trataba de
escenas de batallas, porque parecían adivinarse lanzas y cascos, pero
nuestra perplejidad fue mayúscula al ver que eran dragones y que fueron
pintados sobre la bóveda nervada”, explica. “No sabemos todavía si su
autor o autores emplearon una técnica al huevo o a la caseína”, añade.
"Los dragones de Villa del Prado no guardan relación con el empaque, el
tamaño ni la mirada de los que hemos encontrado".
El descubrimento casi simultáneo de un escudo heráldico medieval,
coetáneo del de los dragones y signado por una suerte de triángulo o
compás, también por algo muy semejante a un árbol, permite a Martín
abrigar esperanzas de obtener información adicional para descifrar el
enigma.
Los dragones, temibles y exóticos saurios de enormes proporciones
—existe en Indonesia una especie animal con tal nombre, aunque de
reducido tamaño— proceden de la Mitología, fueron incorporados a la
simbología religiosa e identificados con el Mal Absoluto y el fuego
diabólico. Ocuparon un amplio espacio del imaginario colectivo religioso
de las gentes medievales. En la iconografía sacra medieval, la figura
de San Jorge se asocia siempre al triunfo del beatífico y armado
caballero contra un dragón, al que se representa vomitando fuego en un
escorzo retorcido y malévolo.
Pinturas de dragones feroces fueron plasmadas incluso durante el
Renacimiento sobre tabla, lienzo y, en ocasiones, muros de templos. Sin
embargo, lo verdaderamente singular del hallazgo robledano es que los
dragones, en muy abundante número, se encuentran pintados en la bóveda
de crucería de la iglesia medieval de Robledo de Chavela; por cierto,
los ocho pináculos de su torre, de 35 metros de altura, que representan
otros tantos vigías, dan nombre el municipio noroccidental madrileño
-ocho velas. No hay precedente en la ornamentación sacra de una
ubicación dragontea de esta suerte, ya que fue pintada a la altura de 18
metros del suelo, señaladamente en la cúpula nervada del templo.
Este espacio de las iglesias ha sido dedicado habitualmente a
representaciones angélicas y esteladas, casi nunca a albergar animales
maléficos y menos aún en proporción tan abundante. Cabe interpretar que
fueran allí dispuestos bien por vivirse en la época de su construcción
graves tribulaciones —presumiblemente la guerra civil castellana entre
las huestes de Enrique IV y los seguidores de su hermana Isabel— o bien
episodios heréticos o trances de amenazas y asechanzas contra la grey
del templo o el vecindario del pueblo.
La iglesia de la Asunción de Nuestra Señora fue edificada en el siglo
XV, con un estilo muy semejante al gótico normando que exhibe la
catedral de Ávila, con torretas militares. En el siglo XVI fue ampliada
en la zona del coro, con la particularidad de incluir un empedrado
fingido, corregido óptuicamente para ofrecer al observador una mayor
sensación de profundidad. Se cree que su arquitecto pudo ser, en torno
al año de 1506, Juan Gil de Hontañón, alarife de la catedral de
Salamanca. El templo cuenta con un retablo tardogótico que figura entre
los de más nombradía del territorio madrileño junto con el del
monasterio de El Paular, este también polícromo mas esculpido en
alabastro.
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