¡Cuidado con el ficus! - Yorokobu
 by Antonio Dyaz
Todo
 comenzó de un modo inocente, como las grandes tragedias griegas. Unos 
amigos me pidieron que les regara las plantas una vez por semana 
mientras ellos emprendían un largo viaje de verano. Me entregaron las 
llaves y algunas instrucciones, pero quiso el azar que descubriera algo 
terrible, que nos afecta a todos y que desde luego ha cambiado mi vida…
Siempre me he burlado de aquellos que se sienten tan importantes como 
para que la NSA o el programa PRISMA, o cualquier otro organismo opaco 
de espionaje internacional husmee en sus correos anodinos. Creo que solo
 un ego hipertrofiado puede abrigar la sospecha de que EEUU está 
escudriñando sus mails, sus llamadas… pero todo eso ha cambiado. Como 
muchas otras cosas. La nanotecnología botánica es una ciencia casi 
clandestina, mucho más que la famosa Area 54, recientemente 
desclasificada.
- Son solo siete tiestos – me aseguraron.
Y en efecto, el recuento era preciso y sin sorpresas. Ya saben, ficus, 
potos, una araucaria… vegetales de interior que requieren poca atención y
 que parecen de plástico, pero que llevan su propia vida. No se imaginan
 hasta qué punto.
Yo regaba las macetas mientras escuchaba música con unos auriculares 
conectados al iPhone, y entonces sucedió. Las Variaciones Goldberg de 
Bach se interrumpieron, y durante unos segundos de fluctuación en la red
 recibí una ráfaga de datos codificados. ¿Que cómo lo sé? He trabajado 
en criptointeligencia muchos años, y sé reconocer el sonido de la 
información.
Regresé con unos gadgets y medidores que no están al alcance de los 
civiles, me puse manos a la obra, y descubrí que las siete plantas 
estaban interconectadas con transmisores de datos que después fluían por
 la red WiFi para ser analizados en remotos destinos. No cabe duda de 
que mis amigos estaban siendo objeto de espionaje masivo.
Sé que todo esto suena paranoico, y que probablemente más de un lector 
piense que es una patraña, pero el sistema funciona en cualquier espacio
 que disponga de WiFi. Los nano robots que circulan por la savia de los 
ficus modificados se organizan en pequeños emisores y receptores. 
Básicamente trabajan como micrófonos ambientales que aprovechan la red 
inalámbrica para transmitir paquetes de datos. Ahora sé que el programa,
 aunque parezca ciencia ficción, ha sido desarrollado por laboratorios 
del MIT (Massaschusetts Institute of Technology) por encargo del 
Pentágono, y con el soporte informático del Mossad israelí. El proyecto 
se gestó a finales de los ochenta, cuando la nanotecnología aun era casi
 una quimera, y contribuyó a la caída del muro de Berlín.
Hace ya años que las plantas que compramos inocentemente en la tienda de
 la esquina, pueden estar equipadas con nanotecnología capaz de 
escuchar, vigilar y procesar todo lo que sucede a su alrededor, y unos 
algoritmos internos, programados en Tel Aviv, disciernen lo que es 
relevante o no, y emiten sus informes.
El escándalo Snowden o el caso Wikileaks son totalmente insignificantes 
si los comparamos con las dimensiones globales de esta intromisión 
porque, fíjense bien, en cada despacho de un presidente, en cada sala de
 juntas, en cada lugar aparentemente seguro… hay una planta. Esa planta 
escucha, y su clorofila modificada es capaz de cambiar el rumbo de los 
países. El potos (Epiprenum aurum) es ideal, por su capacidad de crecer y
 extenderse por las diversas estancias de una casa… o de una embajada.
Pero la clave está en el ficus. En todas las oficinas de La Caixa hay 
uno o dos. Y en las compañías de seguros. Y en el Congreso de los 
Diputados. Y en la Moncloa. Incluso en los más distinguidos prostíbulos,
 o en los pasillos del Vaticano siempre hallamos algún ejemplar de Ficus
 lingua. Vigilando.
Volviendo a la casa de mis amigos. Sus siete plantas sabían que yo sé su
 secreto, y cada vez que iba a regarlas me sentía más incómodo… hasta 
que una de ellas me traicionó.
Por eso escribo estas líneas apresuradas desde el sanatorio psiquiátrico
 de Badalona, donde he sido internado por una denuncia anónima (creo que
 fue la araucaria). Mis compañeros de pabellón me han apodado “El hombre
 que susurra a las macetas”, y no les culpo. Hay un ficus en la 
recepción, desde donde estoy enviando esta crónica.
Si usted está leyendo esto es que he logrado revertir el proceso, y 
utilizar las plantas para enviar esta información a Yorokobu, y darla a 
conocer al mundo.
Voy a pedir asilo político a Ecuador.
 
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