Alemania «exporta» a sus ancianos a Polonia por los altos costes de su mantenimiento
Hablar
 en términos económicos de nuestros progenitores no es fácil. Tratarlos 
como una mercancía de la que deshacerse cuando ya no son rentables no 
debería ser ni si quiera considerado. Y sin embargo «cuando vuestros 
padres se hagan mayores, mandarlos a Polonia», recomienda Ilona von 
Haldenwang desde las páginas de Bloomberg, una de las hijas que ha 
tenido que enviar a su madre a una residencia polaca. No es la única, 
según una encuesta de TNS Emnid, uno de cada cinco alemanes enviarían a 
sus progenitores a un asilo en el extranjero.
Uno de los principales diarios de Münich fue el encargado de acuñar el 
término que ahora circula por Europa: «Exportación de abuelos», y lo 
hacían en modo de denuncia comparándolo con cómo las empresas y países 
se deshacen de sus activos cuando ya no son productivos. «Colonialismo gerontológico», llegaron a decir.
La mayoría de los ancianos que salen de Alemania rumbo a Polonia lo 
hacen ante la imposibilidad de que alguien pueda hacerse cargo de su 
manutención. El precio de una residencia germana ronda de media los 
3.250 euros, mientras que en Polonia los mejores centros no superan los 
1.200 euros.
Estos nuevos emigrantes son sobre todo personas con enfermedades que las
 hacen ser completamente dependientes y cuyo gasto médico amenaza con 
arruinar a sus familiares. Según un informe de la Comisión Europea 
recogido por Bloomberg, el gasto para la atención médica en personas mayores pasará del 1.4% al 3.3% en el país teutón. Y eso pese a las ayudas que reciben. Un
 alemán con grado máximo de dependencia puede recibir de subvención unos
 1.500 euros si se tratan en Alemania y 700 euros si marchan a recibir 
cuidados médicos al extranjero. Sin embargo las ayudas no son 
suficientes para frenar este «exilio».
A estos datos se le suman un hecho incontestable: el envejecimiento 
imparable de la población europea. Cada vez nacen menos niños y el 
reemplazo generacional es cada vez más difícil. Según Naciones Unidas, 
para el 2050 habrá 2.000 millones de personas con más de 60 años, un 
tercio más que ahora.
Del infierno al cielo
Ilona von Haldenwang cuenta en las páginas de Bloomberg cómo fue la 
experiencia de sacar a su madre del país para llevarla hacia lo 
desconocido. Decidió contactar con una agencia que busca residencias en 
el extranjero tras ver cómo la economía familiar disminuía a cada 
factura que tenían que pagar en Alemania. Así es como decidió que la 
mejor opción para ambas pasaba por Polonia, por una clínica instaurada 
en un antiguo palacete restaurado donde su madre sería tratada de su 
demencia senil con los cuidados de un centro de lujo. El único 
inconveniente son los más de quinientos kilómetros que la separan, 
acostumbradas como estaban a vivir puerta con puerta. Un duro precio, el
 sentimental, que están dispuestas a pagar para no ver afectadas el 
resto de facetas de su vida.
Los propietarios de la 
residencia en la que está alojada la madre de Ilona advierten de que en 
pocos meses la mitad de sus pacientes serán alemanes. Y no será la 
única. Empresarios de República Checa, Hungría y Eslovaquia están viendo
 un filón en los ancianos alemanes. El negocio de la «exportación de abuelos» parece que va en alza en el centro de Europa.
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